En las profundidades del mar, fabricaron un
pequeño submarino. Él vivía feliz, pero a la
expectativa de lo que había mas allá de la oscuridad.
Al ser pequeño todavía no tenía
su catalejo con el que inspeccionar el exterior y parecía que no llegaría jamás
ese momento.
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Un día, mientras salía de la escuela de
submarinos, vio entre la oscuridad una luz. Él curioso se acercó y cual fue su
sorpresa cuando vio una estrella, pero no de mar, no, sino de las que le habían
dicho que vivían en el cielo, ese cielo que tanto anhelaba ver.
La estrella había caído y no sabía como llegar a
su casa. El pequeño submarino, aunque tenía prohibido salir a la superficie, no
se lo pensó dos veces y quiso ayudar a su nueva y brillante amiga, así que la
metió dentro de sí y se fueron hacia la superficie.
Al salir al aire libre y ver el cielo tan oscuro
como lo eran las profundidades del mar quedó entristecido y decepcionado, “la
noche” la llamó la estrella. Su amiga subió alejándose muy agradecida por lo
que su pequeño amigo había hecho por ella y le aseguró que allí en la llamada
noche siempre tendría una amiga para guiarle hasta que le dieran su tan
anhelado catalejo.
Después de su experiencia ya no pensó en el
exterior como aquello desconocido a lo que aspirar. Ahora aspiraría a ganar su
catalejo, con el cual podría surcar los mares, de fin a fin y visitar el
llamado “dia”.